Me encantan esas casas de campo con mobiliario y arquitectura en madera, con las vigas vistas y ese sabor a antiguo que sólo consiguen los viejos caserones. La amplitud que tienen es, para los que vivimos apiñados en las ciudades, todo un oasis de espacio y de libertad. Las que tienen los techos en madera son, si cabe, más auténticas, con un sabor a rústico que enamora nada más verlas.
Nos transporta a los tiempos de nuestras abuelas, a aquellos tiempos en que no había lavadora, ni lavavajillas, ni ninguna de las comodidades que hoy disfrutamos, pero en cambio, si que había conversaciones a la vera de la chimenea, donde se hablaba de todo menos lo que daban en la tele (porque a menudo no la había), y donde se respiraba paz y amor en todos los rincones, y también mucho sufrimiento. !Que añoranza de aquellos tiempos!
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Nos transporta a los tiempos de nuestras abuelas, a aquellos tiempos en que no había lavadora, ni lavavajillas, ni ninguna de las comodidades que hoy disfrutamos, pero en cambio, si que había conversaciones a la vera de la chimenea, donde se hablaba de todo menos lo que daban en la tele (porque a menudo no la había), y donde se respiraba paz y amor en todos los rincones, y también mucho sufrimiento. !Que añoranza de aquellos tiempos!
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